Scho y yo

Y un día volvés a escribir, y a entregar, y a apostar. Y un día que no sabés cómo se tranformó en el resultado de muchos otros que quisieron llegar hasta acá, las ganas vuelven, el pasado no pesa ni el presente da miedo. Un día el futuro te entusiasma, aunque por primera vez no tengas la menor idea de qué lo compone ni qué te va a hacer. 

Ese día te das cuenta que felicidad es tener con quién compartirla. Y esta vez no necesitás perder libertad para que la reciprocidad los una. Es incondicional y leal, el otro con vos, vos con él, y la relación que los motiva a no despegarse. No pensé que existiera tal entrega mutua de voluntad destinada a lograr la satisfacción ajena. No sabía que existía coincidir sin preguntar ni que pudiera pesar tan poco ceder. Me da orgullo haber decidido- a conciencia del dolor pasado y conociendo la responsabilidad que conlleva- ser  vulnerable. Porque eso es lo que hace el amor, vulnera –o “atrapa” en palabras de Arthur Schopenhauer- y aunque este amor no sea carnal ni se trabe entre dos de igual especie, es tan fuerte como el de dos que eligen gastar la vida juntos juntos sin más intención que disfrutar la compañía y la felicidad de otro. 

Tal como dijo el amigo Nietzsche “en el amor siempre hay algo de locura, más en la locura siempre hay algo de razón”; y “será que un corazón no se endurece porque sí” (1), ó será que la experiencia duele, pero me costó entender que “saber elegir es lo que cuesta más [y que] no cualquiera suma sin restar”(2). Razón por la cual empecé por escribir de Schopenhauer, mi perro, que “transformó la rigidez del miedo cruel y paralizador, en impulso a motor”(3).






CITAS:
(1)    La hija del fletero - Patricio Rey y sus redonditos de ricota
(2)    Tan perfecto que asusta – Callejeros
(3)    Hasta acá nos ayudó Dios – Las pastillas del Abuelo