Adicciones

Tratando de terminar el cuarto capítulo de una historia que seguramente nunca salga al juicio de los que leen, me ocupaba no diferenciar la constancia de la responsabilidad en una conversación entre dos, dónde ella trata de explicarle que algunos no vinieron para llegar, sino para estar yendo, en conciencia de que aún les queda por avanzar y sabiendo que elige dónde pone sus nuevos pasos: “ir tiene esos ratitos de felicidad que se encuentran en tránsito, esos espasmos de orgullo que nos confirman que podemos elegir la ruta, esa ilusión por todo lo que falta venir, esos orgasmos que pueden o no dar fruto, esos segundos que son el amor”, le dijo. 
Releí lo que escribí y pensé que describía a las drogas, lo releí y me di cuenta de lo poco que me cuesta relacionar el amor y la felicidad, lo leí una vez más y abrí esta nota en el blog que todavía no sabe si puedo diferenciarlos. Las drogas tienen eso, la sensación –ilusoria- de hacerte ver que todo está bien, te dan la confianza –ilusoria- de saber qué querés, ostentan la seguridad –ilusoria- de que estamos despiertos y manejan la conciencia –ilusoria- de que no estás olvidando nada. Igual que el amor... ¿Y qué es el mundo sino un conjunto de ilusiones que proyectamos desde la retina diseñando los momentos a imagen y semejanza de la conciencia que ya adquirimos? ¿Y qué somos sino un montón de proyecciones que se juzgan en la lupa de la conciencia ajena? ¿Y qué podemos pretender más que gastar la vida con momentos de risas? ¿Y cuánta diferencia puede haber entre la causa de la sensación si despiertan lo mismo? Todos los “qué” se responden con la definición que le impusieron a nuestra capacidad de representar con los límites de las palabras.

Así, entiendo que nunca voy a dejar de consumir lo que sea capaz de agudizar mis sentidos, así veo que la vulnerabilidad a la que te enfrenta el amor es tan excitante como percibir las alteraciones a las que te puede exponer tu organismo, algo así como los retos a los que te desafía un buen libro. “Somos lo que comemos”, y recuerdo que me separé de mi ex porque concluimos que teníamos apetitos disimiles. Cada uno elige de qué nutrirse, qué incorporar a sí para crecer, de qué componerse. Me da vergüenza haber tardado tanto en reconocerme vegetariana, pero me enorgullece no ver la televisión, pelear por no oler contaminación, escuchar lo que enseña, y dejar que me toque sólo lo que aprecio. Mis cinco sentidos buscan nutrirse de lo que elijo ser, y los de mi nuevo "él" también, pero esta vez –otra vez- no coinciden ¿Dónde está la “yo” que defiende que las diferencia enriquecen, cuando hablamos de amor? ¿Por qué necesito que él –representando el papel de todos los “él” de mi vida- se comporte acorde a mis antojos? ¿Cómo puedo estar queriéndolo si le impongo consumir lo que quiero y no lo que le apetece? ¿Qué seguridad tengo de alimentarlo en lo correcto? ¿Quién dijo que mi inconstancia no es un error? El “all in” no es para todos, y el “para siempre” no es para mi, ok. Las películas de Disney son felices porque llegan hasta el “cazamiento”, hasta el momento donde el amor triunfa, dónde los dos se reconocen indispensables en la vida del otro y se aseguran que se van a amar eternamente –como odio esta palabra- ¡Que estanco es lo eterno! Volviendo a lo que decía, llegan hasta ahí, las películas que me educaron tienen un final feliz justo cuando comienza la estabilidad, cuando dejan de buscarse, cuando uno y el otro, se cazaron, cuando se deben... Y así, una vez más triunfa nuestro “derecho innato” con respecto a la propiedad. Propiedad que defienden todos los sistemas de nuestra historia, historia que escriben los que hacen las leyes, leyes imponen una moralidad esperada para la especie, y especie que avanza en busca de cosas que inventa mientras destruye todo lo que ya tiene. Eso hace la caza, y el casamiento, y este sistema, apoderarse de otro y de gran parte -sino toda- de su libertad de actuar/ser...  Y eso no es el amor, o no es lo que siento que es... Cuando dos ceden para coincidir están resignando, en cambio, cuando dos coinciden naturalmente se potencian... Debe ser esta la causa de pretender el mismo apetito que mi par y la de buscar nuevos horizontes con el thc, o tal vez ambas sean la excusa que necesita toda ambivalencia de sentidos y vengan como respuesta a las ganas de la compañía que respeta la soledad.

Como sea, cada vez que mis células se alteran dejo de tener el control sobre todo lo que conozco y aparece esa parte nueva de mí que se hace para enseñarme hasta dónde soy capaz de ser; y son esos ratos de efímera felicidad los que da el viaje, viaje que descubre, que muestra, que avanza, que crece, que llora, que aprende, que ríe, que encuentra…  El viaje hacia lo nuevo, esa ruta que te lleva a algún puerto del que no importa si vas zarpar, del cuál a veces no es necesario guardar ni un souvenir, pero de dónde sí te ocupa tu motivación por llegar, el camino que resta hasta la meta, la relación que se va a construir, el ego que ya quiere desayunar...

Y así, de nuevo sin alcanzar el objetivo, ni habiendo dejado conclusión aparente, quedan estás palabras a la espera de tratar de entender -alguna vez- si voy a desechar la idea de que lo que no entiendo es una mentira.