Constante insatisfacción espacial

Ganas de irme. Siempre. Casi caprichosas y obsesivas ganas de estar yéndome, sin importar tanto a dónde, aunque mejor cuanto más lejos. Lejos del ancla, de la base, de ese techo que tapa mi montón de cosas desordenadas entre cuatro paredes, lejos de habitual, y de lo que ya me sé de memoria. Irme como medio para calmar la constante ansiedad de estar perdiéndome de conocer lugares mientras gasto minutos de vida lejos de alguna ruta que me transporte a cualquier espacio desconocido, a un terreno inexplorado por mí y el olfato de mi perro, a un nuevo escenario.

Ganas de irme. Siempre. Casi compulsivas y obsesivas ganas de estar yéndome, a la espera de la meta, dónde las posibilidades aún todo lo pueden, en ese rato de adrenalínica paz interior, ese entusiasmo por conocer. Conocer lo que haya para mostrar y lo que no, lo que se vende y lo que se ofrece, lo que se deteriora y conserva, lo que se respeta y lo que se esconde, lo que anida y lo que destierra. Conocer cómo otros como yo fueron inducidos por distintas conclusiones para satisfacer las mimas necesidades... 

Ganas de irme. Siempre. Casi desmedidas y obsesivas ganas de estar yéndome, de ocupar el tiempo exclusivamente con mi entorno, de gastar las energías en avanzar y de tener que preocuparme de cómo voy a reponerlas sin un sueldo fijo. Fijo, estabilidad, rutina, despertador ¡Que bronca esas palabras! No las quiero por lo que significan y espero nunca cambiar de opinión. El aprendizaje no se parece en nada a la estanqueidad, y todas esas palabras la reflejan. Una vida nómade promete no cesar las lecciones, y entiendo que el progreso debería disociarse de la acumulación, es molesto trasladarse con mucho, y quedarse no es avanzar.


El rico es el de las anécdotas y no el de las joyas, el pobre es el de las obligaciones y no el de los harapos.