En la primer clase de "Lecturas contemporáneas acerca del derecho" (la primer materia de íntegramente de filosofía que
curso faltándome sólo dos materias para recibirme de abogada), una profesora
trataba de hacerle entender al curso donde yo estaba que le iba a enseñar A
PENSAR. En medio de la charla, y con mucha naturalidad, nos contó un cuento, y
aunque recuerdo poco de sus palabras retuve toda la significacia que nos quiso transmitir, decía algo
asi:
Un caluroso día de verano ocurre un incendio en el bosque
ladero a la montaña, y todos los animales que ahí vivían empezaron a correr
lejos de las llamas.
Desesperados en su prisa, unos con otros se empujaban en la carrera de huir
primero, y mientras los más pequeños corrían con ventaja para escabullirse de
la manada que avanzaba espantada por el fuego, un pesado elefante tropezó sus patas contra
una raíz superflua de un viejo árbol y cayó al suelo. Mientras trabajaba en
levantarse –con lo mucho que le costaba por su peso y los pisotones de los demás animales que no aminoraban su urgencia- sintió a
un pajarito pasar dos veces por sobre su cabeza, como yendo y viniendo. Lo siguió unos minutos con la vista y vió
que éste se dirigía hasta la laguna que quedaba al este, ahí llenaba su pequeño pico con
el agua de la laguna que ahí podía albergar y volaba lo más adentrado en el fuego que podía hasta
dejar caer ese poco de agua sobre las llamas, luego volvía a la laguna del este
y repetía la secuencia. Atónito, el elefante se olvidó que huía tan a prisa y cuestionó
al ave ni bien lo sobrevolól: “Pequeño pajarito ¿Qué hacés? ¿De verdad creés que vos sólo vas a poder apagar este
incendio? ¿No ves que es muy poca el agua que vos tirás contra todo esas llamas
que no paran de crecer?”
El pajarito se acercó a prisa hasta dónde el elefante pudiese
escuchar su voz y le dijo: “No, sr elefante, no soy tan ingenuo ni creo poder sólo contra todo este fuego… Yo sólo estoy haciendo mi parte.” Luego retomó su camino a buscar más agua.
Hacé tu parte.