Hay una parte que está adentro, donde nada duele ni sonríe, donde nada
llega -y sin embargo- todo está ahí, en ese lugar donde no cabe nada, donde el
todo se redujo a la inexistencia de algo ajeno a la paz que habita en esa micropartícula de mí. Esa calma que antecede
a lo que va a explotar, el big bang que tenemos todos los días al despertar el mundo. Ese
segundo dónde la vida se vuelve a encender y todo confluye de a poco en la
conjugación de esa realidad prefabricada, vacía de aquella nada que habita en el todo dentro del
centro de uno mismo. Y cada día, al final del día, espero volver a estar
en ese momento, donde el todo oscuro vuelva a brillar en el adentro de mi
ser, dejando que los ojos jueces se agoten de callar a la intrépida inconsciencia y buscando no demorar demasiado la espera con la nueva contienda.